domingo, 20 de abril de 2014

Si el amor me elude, ¿le debo eludir a él?



Pues como él, el amor, me eludía, yo también, del mismo modo, hice lo propio, eludirle a él.
Si antes las cosas estaban bastante mal, no fueron a mejor, sino que fueron todavía a peor.
Es fácil deslizarse por la pendiente abajo de la desesperanza, la dejadez y de incluso la cobardía. Una vez tocado fondo, aunque uno nunca sabe si eso es el fondo del todo, es cómodo asentarse en este reino del lodo y de la desazón, pues aparentemente es más sencillo hacerlo mal que hacerlo bien y no poner remedio a ello, aunque esto último no sea del todo cierto.
Si cerramos nuestras ventanas a la radiante y hermosa luz del sol y nos creamos una noche artificial, tan innecesaria como inoportuna, pues el día y la noche tienen sus tiempos, tiempos que debemos respetar y no forzar, habremos comenzado a dejar de vivir y eso es ciertamente lo peor que podemos llegar a conseguir.
No seamos, como se expresa en Romeo y Julieta, secretarios de nuestros sentimientos.
 Tan apartados de sondeo y descubrimiento, tan reservados y cerrados para con nosotros mismos.

Tan apartados de sondeo y descubrimiento como el capullo mordido por un envidioso gusano, antes que pueda extender al aire sus dulces hojas, o consagrar su belleza al sol.

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