jueves, 3 de septiembre de 2015

La conversación


Inicio el viaje en el tren, es un trayecto medianamente largo, llegaré a Valladolid para finalmente ir a Salamanca, he salido de Pamplona. 
Transcurre el recorrido con calma, viajar en tren descansa y relaja al viajero. Da lugar a la reflexión, a la charla, a la consulta y lectura y a observar el paisaje. 
Pasado ya un cierto tiempo desde el inicio, llega al asiento de la ventanilla del viajero, que ocupa el del pasillo, una mujer joven que no llama demasiado su atención. La estima normal. El viajero en ese momento comía porque su llegada al destino final será bien entrada la tarde. Se tiene que levantar y le cede el paso a la dama.
Transcurren los kilómetros, apenas hay algún intercambio de palabras. No hay lugar, son desconocidos y, además, la chica está en viaje de trabajo y está trabajando. El viajero sigue a lo suyo, la mujer también. No obstante, el viajero, que no presta al principio mucha atención a su compañera, termina por cambiar su actitud. Oye la voz de la mujer, su tono, lo que dice, cómo lo dice. Habla con soltura, con precisión, pero con llaneza. Son cosas del trabajo,  la mujer muestra en un momento su talento natural, para ver y comprender las cosas y para saber cómo comportarse ante ellas con sencillez, con seguridad, pero sin ninguna prepotencia, con humildad, de forma tan natural. Muestra, también, en el fondo, y esto el viajero lo estima más que todo, buen corazón.
El viajero piensa cuán importante es conocer a las personas, cuántas veces no prestamos atención a lo que deberíamos estar atentos y cuántas personas tan extraordinariamente maravillosas nos rodean y apenas nos percatamos de ello.
El viajero siente felicidad y se siente muy agradecido de haber compartido ese tiempo y ese espacio con esa mujer.
El viajero y la mujer se despiden con una mirada y una sonrisa.

lunes, 10 de agosto de 2015

Los principios morales y las relaciones amorosas


Hay quien dice que con las mujeres no convienen demasiados retrasos, que las demoras y el no hacer las cosas a su tiempo desesperan al carácter femenino y que este, por propia naturaleza, se revelará y tomará y dará a otro u otros lo que no dio el primero que debió haberlo dado. 
Como todo, depende, de las personas, de las situaciones y de las variadas circunstancias que acontezcan. Pero no deja de tener tal afirmación un largo y sólido poso de verdad. Pues a la mujer, no menos que al hombre, su naturaleza le dicta unos comportamientos que difícilmente esquivará.
Y en el terreno de las relaciones más íntimas no suelen ser los más duchos y dominadores aquellos hombres que profesan mayor caballerosidad o mayores principios morales, por supuesto, no los de mayor pudor. Aspecto este que puede dejar bien o mal a muchas mujeres según se vea, pero que normalmente desmitifica bastante su naturaleza romántica.
Si van a la literatura encontrarán con asiduidad al galán o no, señor o no, encantador de mujeres. Y aquí no destacan los más honestos, más bien aparece la figura, no por casualidad, del personaje falto de todo escrúpulo, del que usa todas sus artes para conseguir sus objetivos, sin importar ni mucho ni poco los valores o principios morales que vulnere. Es el caso del apodado como "don Lope" en una de las magistrales novelas de Benito Pérez Galdós, Tristana:
Era que don Lope, por añejo dogma de su caballería sedentaria, no admitía crimen ni falta ni responsabilidad en cuestiones de faldas. Fuera el caso de cortejar a la dama, esposa o manceba de un amigo íntimo, en amor todo lo tenía por lícito.
Y no piensen que esta exposición que hace Galdós de este galán es una cuestión y comportamiento del pasado, se equivocarían si lo hicieran, sigue tan vigente hoy como entonces, y como antes de entonces. Por supuesto, no todas las mujeres prestan atención, y servicios, a este tipo de señores, las más honestas en estos menesteres los rechazan y repudian, pero mentiríamos si dijésemos que tales señores no reciben las más de las atenciones. Bastaría ver con qué hombres se han acostado las mujeres de su vecindario para sacarnos de dudas y llamar la atención sobre tal hecho. 

viernes, 3 de julio de 2015

Cuando alguien se va



Cuando alguien se va  y deja de existir queda un vacío. Sus días pasaron aunque en la memoria de los que siguen perdure su ser.
Qué corta y cuantas veces vana es la vida de las personas. Qué corta para lo que se pudo hacer y no se hizo, o no se dejó hacer. 
Pocas son las personas que dejan un legado de creación, respeto y concordia.
Pocas aquellas que no se dejan arrastrar por la turbia y loca marea de la vanidad, el egoísmo, la intolerancia, la crueldad y la superficialidad humanas.
Ahora, en esta tarde de sol calmada, cuando ya el sol se pone, cuando oigo a la perdiz al fondo entonar el canto de continuación de la vida, cuando la vida muestra lo mejor de sí, entonces se hace memoria de estas personas y se les añora.
El mejor legado que podemos darles es continuar la construcción de lo que ellos y ellas ya iniciaron, dedicar una vida a la creación y al respeto y no a la dejadez y a la destrucción.
Como en la ópera  O sole mio, "que bella cosa un día de sol" con "el aire sereno después de una tormenta".

miércoles, 20 de mayo de 2015

En la despedida de mi tía Juani

Mi tía  Juani en la escuela de Zuazu y Reta con sus alumnos, mediados-finales de los años 60. Una auténtica escuela rural.

Hoy estamos aquí en esta despedida de nuestra tía Juana Ituláin Redín,* maestra de generaciones y generaciones de alumnos, maestra verdaderamente vocacional, algo esto, lo de su vocación,  que es recordado especialmente por sus numerosos alumnos, lo que muestra su verdadero valor. El valor tan poco valorado como importante que representan los maestros de escuela en la sociedad.

La vocación de mi tía iba más allá de cumplir con el calendario y programa asignados, iba más allá de horarios y requisitos mínimos. Su preocupación por enseñar, por enseñar realmente, hacía que su alumnado se entregase así mismo en esta tarea.

Además de este talento y talante de mi tía, destacaría su faceta humana. Ya que ella no permitía que ningún niño quedase discriminado, abandonado u olvidado. Ella lo integraba y hacía que  los demás lo integrasen en el grupo. Y una vez acabado el tiempo de clase, ella se quedaba el tiempo que fuese necesario con aquel o aquellos niños que tenían este o aquel problema y con verdadero cariño lograba que aquellos se motivasen verdaderamente al recibir la atención y el aprecio que realmente necesitaban. Pues un niño en la escuela no solo necesita conocimientos, sino que especialmente necesita también cariño y afecto, y nuestra tía Juani se lo daba.


Así, te queremos dar las gracias, gracias, gracias por todo.


* Con motivo del funeral celebrado en Pamplona el 20 de mayo de 2015 por mi tía Juana Ituláin Redín (1923-2015).