sábado, 15 de julio de 2017

Cien años de soledad, acompañada


En el discurrir de nuestra vida y de la de los demás, se desentraña y expresa la compleja y multifacética naturaleza humana. Lo que ocurre en el mundo es lo que somos y es lo que nos rodea. Bueno, malo o regular se conjugan y combinan en el quehacer diario de nuestras rutinas y las que no lo son tanto.
Y aquí, en esta epopeya y en esta sordidez de nuestra existencia, se encuentra de todo en el género humano: oportunistas y ambiciosos, valientes y aventureros, cobardes y mendaces, honestos y cabales. Abundando más, con repetitiva frecuencia, lo menos bueno.
Y en este volver a las andadas, se ve como generación tras generación suceden similares historias,  que se olvidan por la brevedad de nuestra experiencias vitales.
Vemos que los tramposos y los embaucadores hacen numerosas presas entre los incautos y los que fácilmente se rinden a la insistencia.
En el lado contrario, quienes parecen querer vivir durante cien años de soledad afectiva, aquellos que permanecen acorazados e impermeables a los afectos.
Entre dos puntos extremos lo sensato es tomar el camino medio. Como lo muestra Meme, una de las personas presentes en el drama, menos mágico y más real de lo que se cree, de García Márquez, hay quien anda en asuntos sigilosos, en compromisos urgentes, en ansiedades reprimidas. Que sucede cuando no se hacen las cosas a tiempo, porque no se supo, no hubo valor para ello o simplemente no te dejaron hacerlo.
Y en esas seguimos, con nuestra tenacidad, esperando que lo que no se consiguió o no se nos fue dado hoy, lo sea mañana.
Sin embargo, hay circunstancias y épocas en que muchos, sino casi todos, nos rendimos. 
Se sintió vieja, tan acabada, tan distante de las mejores horas de su vida, que inclusive añoró las que recordaba como las peores, y solo entonces descubrió cuanta falta hacían las ráfagas de orégano en el corredor, y el vapor de los rosales al atardecer, y hasta la  naturaleza bestial de los advenedizos. Su corazón de ceniza apelmazada, que había resistido sin quebrantos a los golpes más certeros de la realidad cotidiana, se desmoronó a los primeros embates de la nostalgia. 1
La melancolía que se desencadena cuando vienen los recuerdos y cuando hacemos el repaso a nuestra vida, golpea como los arietes sin piedad las puertas que cierran y aprisionan nuestros sentimientos verdaderos, liberándolos y desencadenando impetuosas tormentas externas e internas, que pueden acabar o amenazar con hacerlo con el entorno social del que nos rodeamos o incluso más comúnmente con nosotros mismos, o lo que entendíamos que éramos nosotros. Si te queda poco para el final y ya no hay más escape, se dejan de lado las falsas cortesías hacia los demás y hacia sí. Es tiempo de mirar de cara, y esta franqueza es poco amiga de lo que no se siente por sincero. Ni amistad fingida ni amor que no es tal se tolerarán  y finalmente se romperán si hay coraje para acometerlo. 
Somos como nubes que emergen, se muestran y se desvanecen, es nuestra efímera permanencia la que nos duele y preocupa, y nos vuelve, con razón, nostálgicos. Como efímeros y momentáneos se comportan tantas veces los amores, afectos y quereres; y aunque perduren, se perderán , como se pierden, en la irremediable fugacidad y levedad de la vida.
Podemos vivir cien años, cien años de soledad acompañada.

PS:
1. Gabriel García Márquez . Cien años de soledad. 1967.
Conmemorando sus ya cincuenta años de soledades, compañías, olvidos y recuerdos.

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